18 de febrero de 2016
CINE ESPIRITUAL
El pasado 18 de febrero los alumnos de 5º y 6º acudieron al cine Ortega para participar en el ciclo de cine espiritual que organiza la profesora de Religión. Los alumnos disfrutaron de la película titulada Litte Boy que les servirá para posteriores actividades a realizar en sus aulas. Los alumnos fueron acompañados por las profesoras tutoras y la profesora de Religión.
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Un avión, un susto monumental y la necesidad de hablar claro.
No hay nada más incómodo que viajar en avión con la sospecha de que algo no va del todo bien. El pasado domingo, los pasajeros del vuelo de Air France entre Madrid y París pasaron de la tranquilidad de la cabina presurizada a un caos de gritos, lágrimas y oraciones a media altitud. Nada de metáforas edulcoradas ni tecnicismos retorcidos, lo que hubo fue miedo del crudo, del que te sacude el alma y te recuerda lo frágil que es la certeza de llegar.
El Airbus A321, que partió con puntualidad desde Barajas, se convirtió en escenario de una emergencia tan real como las turbulencias que todos tememos pero pocos confesamos. A bordo, más de un centenar de almas sintieron cómo la normalidad se escurría por los altavoces del comandante, cuando anunció que debían aterrizar de urgencia en Zaragoza. En ese instante, desaparecieron las sonrisas y comenzaron las plegarias.
Al parecer, una humareda densa se coló por las rejillas del sistema de ventilación, generando una mezcla irrespirable de angustia y sospechas de incendio. Hubo quien se desmayó, quien lloró desconsolado, quien gritó pidiendo ayuda como si el mismo cielo les escuchara. Y sí, hubo quien preguntó por un extintor, con la esperanza ingenua de que aquello pudiera controlarse desde dentro.
El comandante, que no dudó ni un segundo, pidió prioridad de aterrizaje en Zaragoza. La pista se despejó, los servicios de emergencia se desplegaron y el avión tocó tierra con ese temblor que no viene del tren de aterrizaje sino del alma de quienes van dentro. Apenas se detuvo el aparato, se abrieron las puertas y comenzó la evacuación.
Dentro del aparato, el aire seguía cargado. Las miradas, perdidas. Algunos padres abrazaban a sus hijos como si el fuselaje fuera papel de regalo y no metal. Técnicos con trajes ignífugos subieron de inmediato. Uno de ellos llevaba un extintor de incendio, por si las dudas se convertían en certezas.
El pasaje fue trasladado a la terminal, y tras una espera que no curaba el susto pero sí ofrecía café caliente, reubicaron a los viajeros en otro vuelo. Varios médicos atendieron a los más afectados por la inhalación de humo. No hubo heridos graves, pero el trauma viaja sin equipaje de mano.
Las causas no han sido confirmadas oficialmente, pero se baraja la posibilidad de un fallo eléctrico en los sistemas de climatización. más info sobre extintores co2 surgió entre los susurros de la tripulación, como si con nombrarlo bastara para protegerse. Lo cierto es que el miedo tiene esa cualidad de hacer visible lo invisible: el riesgo, la fragilidad, la certeza de que las cosas pueden torcerse a miles de metros de altura sin previo aviso.
No era fuego abierto, pero sí el tipo de humo que asfixia lentamente y desencadena respuestas primarias. Hay algo profundamente humano en la reacción colectiva: el miedo que se convierte en manada, en descontrol, en instinto de supervivencia.
Y aquí es donde conviene ser claros, porque en estos episodios es cuando sobran las expresiones huecas, esas de “en el mundo de la aeronáutica” o “en el contexto de la seguridad aérea”. Basta ya de hablar en redondo. Si un avión aterriza de emergencia es porque hubo un peligro real. Si hubo humo en cabina, no hace falta disfrazarlo con tecnicismos. Y si un pasajero gritó que no quería morir, eso es lo que ocurrió, no otra cosa.
La verdad es que las aerolíneas, por prudencia legal o por diplomacia empresarial, tienden a embellecer los incidentes. Pero el periodismo —cuando se hace con la frente alta— está para llamar a las cosas por su nombre. Y lo que ocurrió el domingo fue una sacudida que nos recuerda que la seguridad aérea no es infalible. Es sólida, sí. Pero no infalible.
Cuando el humo aparece donde no debería, no hay lugar para debates. La reacción rápida del comandante y la tripulación evitó una tragedia mayor. Los protocolos de seguridad, muchas veces ignorados por los pasajeros durante las instrucciones previas al vuelo, se convierten en salvavidas cuando la cabina se convierte en un horno invisible.
En tierra, los equipos de emergencia fueron ejemplares. No hubo dilaciones ni burocracia. Se actuó como se debe actuar: con rapidez y sin alardes. Las investigaciones determinarán qué falló, pero la reacción demostró que, ante todo, hay vidas por encima del manual.
Viajar en avión es una proeza moderna que olvidamos con facilidad. Subimos, comemos algo a 30.000 pies de altura y aterrizamos como si fuera lo más natural del mundo. Pero basta un episodio como este para recordar que la naturaleza, la mecánica y el azar siguen teniendo la última palabra.
Lo ocurrido en el vuelo Madrid-París es un aviso. No una tragedia, por fortuna, pero sí un recordatorio. Un toque de atención que nos invita a mirar con otros ojos la rutina de volar. Y a exigir —sin rodeos ni adornos— que se hable claro cuando las cosas no salen bien.
Porque en este oficio, como en la vida, las palabras importan. Y cuando se trata de humo en una cabina llena de pasajeros, no hay “contexto” que valga. Solo hechos. Solo verdad.
En los aparcamientos, sean subterráneos, al aire libre o vinculados a grandes superficies comerciales, conviven cada día miles de vehículos cargados de combustible, sistemas eléctricos, plásticos y componentes que, ante una chispa o un fallo técnico, pueden transformarse en el origen de un incendio. En ese escenario, los extintores para aparcamientos se convierten en el salvavidas silencioso, en la herramienta que puede marcar la diferencia entre un susto y una tragedia. Y, aunque solemos pasar a su lado sin prestarles atención, conviene detenerse a pensar en ellos con la misma seriedad con la que revisamos los frenos del coche o el seguro de hogar.
No hay aparcamiento inocente. Los riesgos acechan incluso en los más modernos y ventilados. Hablemos de hechos: combustible almacenado, baterías de litio, instalaciones eléctricas sobrecargadas, basura desechada a la ligera o una colilla mal apagada. Cada elemento suma en esa ecuación peligrosa. Por eso, contar con equipos de protección contra incendios como los extintores es una obligación, no un accesorio. Y es que en un espacio donde los segundos son decisivos, disponer de un extintor accesible puede frenar una propagación que, de lo contrario, arrasaría decenas de vehículos en minutos.
Si alguna vez pensó que la seguridad contra incendios era cosa de grandes fábricas o edificios de oficinas, conviene rectificar: un aparcamiento, por su naturaleza, exige la misma seriedad. Y es ahí donde entran en juego los extintores, diseñados para actuar de manera rápida y eficaz.
Los aparcamientos, y en especial los de supermercados, centros de ocio o residenciales, reúnen condiciones que elevan el nivel de riesgo:
Todo ello configura un cóctel que exige no solo prevención, sino también respuesta inmediata. Y esa respuesta la encarna el extintor adecuado, situado en el lugar correcto y revisado conforme a la normativa.
El abanico es amplio, pero no todos los equipos responden igual ante un incendio en un coche o en un espacio cerrado. Veamos cuáles son los más eficaces:
El clásico de los clásicos, pero también el más polivalente. Capaz de sofocar incendios de clase A (sólidos), B (líquidos inflamables) y C (equipos eléctricos). Es el aliado perfecto en aparcamientos donde conviven gasolina, plásticos y sistemas eléctricos. Elegir extintores ABC es apostar por una solución versátil, lista para enfrentarse a casi cualquier escenario.
Más propios de entornos eléctricos, se han convertido en protagonistas con la irrupción de los coches híbridos y eléctricos. El dióxido de carbono es eficaz para apagar incendios en baterías y sistemas electrónicos sin dejar residuos que puedan dañar los componentes.
Especializados en líquidos inflamables como gasolina o gasóleo. No alcanzan la versatilidad de los ABC, pero complementan su acción en aparcamientos donde los combustibles abundan.
Tan importante como el tipo es el lugar donde se colocan. Una emergencia no concede margen para buscar, de ahí que las normativas en España sean claras: ningún usuario debería recorrer más de 15 metros sin toparse con un extintor. Y no vale trazar líneas rectas; el recorrido real, con curvas y obstáculos, cuenta.
Los expertos recomiendan situarlos en:
No basta con colocarlos: deben estar señalizados con claridad, iluminados y libres de obstrucciones. De poco sirve un extintor escondido tras un carrito de la compra o una columna.
La cultura de la prevención no acaba en los equipos. También abarca la información. Por eso, resulta de gran utilidad recurrir a recursos especializados, como un blog sobre extintores, donde se actualizan consejos, normativa y buenas prácticas.
Los extintores son la primera barrera, pero no la única. Completar la seguridad requiere sumar:
Un extintor olvidado y sin revisar es un adorno rojo en la pared. La normativa en España obliga a realizar inspecciones periódicas, con revisiones anuales y pruebas más exhaustivas cada cinco años. Detectar a tiempo una fuga de presión o una caducidad evita descubrir, demasiado tarde, que el equipo no funciona. En términos prácticos: es como revisar el nivel de aceite de un coche; un gesto pequeño que previene un desastre.
El auge del vehículo eléctrico trae consigo nuevas exigencias. Las baterías de litio, pese a su eficiencia, plantean incendios difíciles de sofocar. No basta con un chorro de agua. Se requiere el uso de extintores de CO₂ y espumas específicas que actúen sobre este tipo de combustión. Además, los expertos recuerdan que un incendio en una batería puede reactivarse horas después, lo que obliga a contar con protocolos de seguimiento y equipos preparados.
La seguridad en los aparcamientos no recae únicamente en gestores o propietarios. Los usuarios también tienen un papel: respetar las zonas de seguridad, evitar dejar materiales inflamables, no obstaculizar extintores ni salidas, y, sobre todo, familiarizarse con la ubicación de los equipos. Un vistazo rápido al entrar puede marcar la diferencia en caso de emergencia.
La próxima vez que aparque su coche en un centro comercial o en el garaje de su comunidad, mire alrededor. Busque esos cilindros rojos. Porque los extintores para aparcamientos son mucho más que un requisito legal: son la garantía silenciosa de que, si lo impensable ocurre, habrá una primera línea de defensa lista para actuar. La seguridad, en definitiva, no es un lujo, sino una responsabilidad compartida que empieza por equipar nuestros espacios con las herramientas adecuadas.
El acero, el hierro y todas esas vigas que conforman el esqueleto de los edificios modernos no son invulnerables. Aunque no ardan como la madera, las estructuras metálicas sufren con el calor extremo, y su resistencia puede reducirse a la mitad cuando la temperatura supera los 500 °C. Esto sucede en cuestión de minutos, convirtiendo la protección contra incendios en una necesidad absoluta en cualquier construcción contemporánea.
En la actualidad, donde la normativa de seguridad se ha vuelto más estricta y las aseguradoras valoran al detalle la resistencia estructural, no ignifugar una estructura metálica es asumir un riesgo inaceptable. La protección no solo salva propiedades, sino vidas.
Ignifugar una estructura metálica consiste en aplicar un sistema que retrase el aumento de temperatura del metal cuando se enfrenta al fuego. Cuando el acero o el hierro alcanzan aproximadamente los 550 °C, su capacidad de carga se reduce drásticamente, provocando colapsos que pueden ser catastróficos en edificios con ocupantes.
Si bien la ignifugación no impide que el fuego exista, sí proporciona el tiempo necesario para una evacuación segura y permite que los equipos de emergencia actúen eficazmente. Por eso, planificar cómo proteger tu nave, local o edificio no es un lujo, sino un deber.
Existen varias técnicas para proteger el metal frente al fuego. Cada una responde a objetivos técnicos y estéticos diferentes, y su correcta aplicación es crucial para garantizar la seguridad:
No basta con elegir el material: la clave es determinar el sistema adecuado para cada tipo de estructura y nivel de exigencia. En este punto, contar con profesionales expertos marca la diferencia. Por eso, recurrir a empresas de ignifugados garantiza que la protección se ejecute correctamente y cumpla con todas las normativas.
Para el acero, el método más utilizado es el de los morteros proyectados, conocidos como SFRM (Spray-applied Fire Resistive Material). Combinan cemento, lana mineral y aditivos específicos que aíslan el metal del calor. Pueden aplicarse en húmedo o seco, y su eficacia depende del espesor alcanzado durante la instalación.
Este sistema es ideal para naves industriales, almacenes logísticos y cualquier entorno donde la estética sea secundaria, pero la resistencia estructural sea prioritaria. En estructuras visibles, se recomienda emplear pinturas intumescentes o paneles para no sacrificar el acabado estético.
Un aspecto crucial es el entorno: zonas con humedad constante o condensaciones pueden afectar la durabilidad del mortero, por lo que el análisis previo de las condiciones ambientales es imprescindible.
El hierro responde muy bien a las pinturas intumescentes, que permiten mantener la apariencia original de las vigas sin renunciar a la protección. Este método es adecuado para resistencias de entre 30 y 90 minutos. Si las estructuras están en zonas técnicas o expuestas, conviene utilizar morteros o paneles para garantizar la máxima seguridad.
Hoy más que nunca, la protección de estructuras metálicas no es opcional; es un requisito tanto técnico como legal.
En España, la protección pasiva contra incendios está regulada por el Documento Básico de Seguridad en caso de Incendio (DB SI), parte del Código Técnico de la Edificación (CTE). Este documento define la resistencia mínima que deben ofrecer los elementos estructurales según el uso del edificio.
Además, cada comunidad autónoma puede exigir criterios adicionales. No cumplir con la normativa no solo implica sanciones económicas, sino la posible denegación de licencias de actividad. Por ello, antes de construir, reformar o abrir un negocio, evaluar la necesidad de ignifugar es un paso imprescindible y estratégico.
Para quienes buscan asistencia profesional en la región, las ignifugaciones en Barcelona ofrecen soluciones certificadas y adaptadas a cada tipo de estructura y exigencia normativa.
El fuego no avisa. Cuando se desata, lo hace con violencia y rapidez. Una estructura sin protección adecuada puede ceder en minutos, provocando daños materiales incalculables y, lo más grave, poner en riesgo vidas humanas.
Incluso con seguros que cubran parte de los daños, las pérdidas emocionales, reputacionales y económicas son irreparables. En sectores críticos como logística, alimentación o industria química, la ausencia de ignifugación puede derivar en el cierre inmediato de la actividad por motivos de seguridad.
Además, la correcta ignifugación se integra con otras medidas de protección pasiva contra incendios, ofreciendo un enfoque global de seguridad que aumenta la resiliencia de cualquier construcción.
Ignifugar una estructura metálica ya no es una elección, sino una obligación moral, técnica y legal. Desde las pinturas intumescentes hasta los morteros proyectados o paneles ignífugos, la clave reside en seleccionar el sistema adecuado según el tipo de metal, el entorno y la resistencia requerida.
Contar con profesionales especializados garantiza que cada viga, cada pilar y cada detalle estructural reciba la protección que necesita. Porque cuando el fuego se desata, no hay margen para improvisar: solo queda confiar en que todo se ha hecho correctamente.
Hoy más que nunca, invertir en la protección contra incendios de las estructuras metálicas es proteger la vida, el patrimonio y la tranquilidad de todos los que habitan o utilizan un edificio.